lunes, enero 12, 2009

Volviendo en el colectivo. Después de un rato se dejó de pensar en las cosas terrenales y se detuvo en la luna. Por un segundo entendió que él era un punto entre el sol y la luna, formando un triángulo inacabable. Entendió que la luna reflejaba el sol y se preguntó varias cosas. Veía a la luna primitiva a lo lejos. Las antenas se le cruzaban volviendo la inmortalidad del astro a pleno presente. Pasado y futuro arbol y antena pasaban intercalandose. En un semáforo se detuvo y el arco que formaban los semáforos de la otra mano era hermoso. Las luces de la avenida enorme en sus esqueletos eran las costillas de la columna. formaban arcos irregulares pero perfectos. Él miraba con ojos casi estrábicos, no pensaba en nada en particular pero todo se le venía a la mente. Como cuando leyó cosmos para el colegio, veía las estrellas como fogatas en otros puntos del universo.

Sacudió la cabeza casi por reflejo, para reubicar sus ojos de músculos cansados que vagaban sin un foco fijo. Siguió pensando también, y se olvidaba de las cosas mundanas, se sentía de mil años, con el cansancio y el conocimiento adquirido. Se siente viejo. El ómnibus para muy de vez en cuando y él sabe que el viaje es largo, no sabe que en realidad es tan largo, pero se espera algo similar. El vehículo cada vez se detiene menos. Los edificios caros se alejan, las casas también y solo queda el camino. Las luces se ven hasta cierta distancia (corta) después el negro reina. Las lineas blancas en el pavimento siguen. Una luz en contramano interrumpe a veces, ataca. Él decide leer, tiene un libro en su bolso y decide leerlo, tiene tiempo. Negro y alguna luz. No queda nada más. El colectivo no para ya él no lo nota, pero ya lo sabe. 600 páginas después termina el liro que lo deja con un sinsabor que con el tiempo le va a gustar, pero por el momento se siente insatisfecho. El colectivo está vacío, se bajaron todos hace siglos. Terminal grita el chofer cuando se detiene bruscamente. Él se para. Al bajar se lo ve con una barba gris y frondosa. El libro ajeado y amarillo y el gris le cubre la cara. Cuando le preguntan qué recuerdo quiere guardar, trata de acordarse el cuento que pensó en el colectivo pero no puede.