martes, febrero 23, 2010

Estaba frente al espejo del baño (entre gris y celeste, como apagado) intentando con una tijera escolar, cortarme el flequillo (ese que va encima de las cejas, desde hace cosa de dos meses).
Estaba frente al espejo, en el que se refleja la pared entre gris y celeste, como apagada, con flores pequeñas cada dos o tres azulejos, y mi reflejo, que no soy yo precisamente, no soy yo, quiero creer que no soy yo.
Estaba intentando ser precisa en la forma, la caída (como cuando vimos esa película en el museo) el ancho y largo de las puntas. Estaba intentando ser precisa (como cuando) en la forma.
Me vería a mí misma reflejada en el espejo y seríamos dos: la que está de este lado (la chica rubia que sacudía la cabeza) y la otra, esa que se refleja (dejando caer los restos), sino fuera porque oí el llanto de un perro que intuí cachorro en alguna de estas casas vecinas, el ruido de una sierra (los obreros, el polvo, las armas, quiero decir, las ramas de los árboles) la voz de mi madre gritando mi nombre (no soy yo, quiero creer que no) mientras intento ser precisa en la forma (soy yo, quiero creer que) recordando la película, esa que vimos en el museo en la que una chica (la que está de este lado) sacudía su cabeza para dejar caer los restos (no soy yo) de su flequillo recién cortado.
Hubiera terminado la novela (estaba oscuro, todo oscuro) a eso de las ocho si no fuera porque un llamado interrumpió la lectura (la muerte de un guitarrista muy querido) y fue ahí (ahora recuerdo) cuando empezó a llorar el perro (la muerte) e intuí la sierra, los obreros (la sierra, la guitarra) a dos casas (las armas, las ramas), la voz de mi madre (dejando caer los restos) gritando mi nombre (entre gris y celeste, como apagado), por lo que tuve que dejar de cortarme el flequillo con la tijera escolar para luego recordar que me vería a mí misma reflejada en el espejo y que no sería yo, precisamente no soy yo.
Hubiera observado con atención la propaganda de Cruciani, creo que del año 2007 (vótese, yo soy usted) detrás del colectivo, que asegura las calles cortadas reclamando luz, las sirenas de los autos de los policías mientras volvía a mi casa después de una noche (estaba oscuro, todo oscuro) larga con amigos en la casa de un extraño, sino fuera porque estaba todo oscuro a causa de la tormenta de estos días, mientras de nuevo mi madre gritaba mi nombre frente al espejo dejando caer los restos de un guitarrista muy querido.
Hubiera recordado a través de una propaganda al año 2007, cuando tenía flequillo recto como la chica de una película que vimos en un museo, e intentaría ser precisa en la forma, el ancho y largo de las puntas con mi tijera escolar frente al espejo del baño con azulejos entre gris y celestes, como apagados, si no fuera porque mi madre gritó mi nombre que a su vez fue interrumpido por el ruido de las sierras de los obreros a dos casas y el llanto de un perro que intuí cachorro.